Menos ego y mas miedo
El poder de la forma arquitectónica
Como otra ciencia más se nos ha hecho creer que la arquitectura tiene una historia de desarrollo evolutivo. Mientras que la evolución constructiva y tectónica ha sido relativamente continua salvo excepciones (edad media, etc.), el “proceso hacia la forma” es esencialmente referencial, tautológico.
En este sentido, la arquitectura se manifiesta en la disputa entre la permanencia y el cambio. Se parte de la tradición, de la experiencia arquitectónica, pero a la vez se establece un juicio crítico desde la propia arquitectura. Este valor crítico es el que nos muestra el proceso que se desarrolla entre la forma y su razón de ser.
Las etapas de la arquitectura a través de la reflexión se han marcado como objetivo devolver la arquitectura del pasado y darle un valor actual, puesto que una evocación al pasado es la reafirmación del presente (teorías psicologistas de Schopenhauer).
En el siglo XX hemos visto como las estructuras de hormigón armado, el acero y el vidrio, han hecho desaparecer las fachadas, estableciendo una abstracción de los elementos clásicos. Por este motivo, hacer arquitectura y comprenderla, son dos actividades que discurren de forma paralela.
Es labor de la propia arquitectura, hacerse comprensible. Este principio, se basa fundamentalmente en el poder evocador de las formas o materiales. La tradición en la arquitectura, es el tronco esencial para el entendimiento de la arquitectura. Debemos buscar lo que nos une y no lo que nos divide.
Esta búsqueda reflexiva sobre las formas, implica una influencia propia sobre las mismas. Es imposible tener una actitud crítica ante la arquitectura de carácter objetivo, puesto que como personas, estamos condicionados por nuestro entorno, nuestros conocimientos y todo lo que nos caracteriza.
Por otro lado es necesario mantener ese discurso entre lo permanente y el cambio, entre la tradición y el talento individual. Incorporar la unidad difícil de la inclusión en vez de la unidad fácil de la exclusión. Más no es menos.
Sin embargo, las nuevas tendencias arquitectónicas rechazan o ignoran esta capacidad evocadora. El desarrollo tecnológico del último siglo y la pompa económica global han propiciado la aparición de artefactos “escultóricos” vacíos de contenido histórico. Ebrias de poder, confundidas por su ego, multitud de ciudades han dispuesto arquitecturas “singulares” basadas en lo pintoresco, en la sorpresa que puedan producir en el espectador, pensando que así se las distingue del resto, pero olvidándose de lo que las hacía ser como eran.
Sin entrar a valorar la capacidad artística o formalista de algunos arquitectos, parece inexplicable este rechazo sistemático de una tradición cultural-arquitectónica que ha sobrevivido durante siglos. La banalización de los nuevos hitos va contra la complejidad de la forma arquitectónica que no puede ser reducida a un solo sistema lógico y estético. Un rechazo aplaudido por muchos políticos que no temen como responderán los edificios dentro de 100 años.